Por Cecilia Boggi – Marzo 2017
Culturalmente a las mujeres nos han educado para servir. Al menos en mi generación esto ha sido así.
Desde pequeñas nuestros juegos tienen que ver con el cuidado de los otros. Cuando nos regalan muñecas que simulan ser nuestros hijos, jugamos a darles de comer, vestirlos, cuidarlos.
Cuando jugamos a “la maestra”, desarrollamos nuestra protección y cuidado hacia nuestros alumnos ficticios o incluso, a veces, reales.
En mi caso, tuve la suerte de tener muchos hermanos, y los alumnos de mis juegos eran de carne y hueso. Mis hermanos menores fueron las víctimas de mis primeras prácticas en la docencia. Y tal vez era buena, o tal vez mis hermanitos menores eran muy inteligentes, pero lo cierto es que aprendían muy bien y muy rápido.
Y no solamente en los juegos nos inculcaron el servicio al próximo. También las mujeres teníamos que ayudar a mamá en los quehaceres de la casa, ayudar a mamá a servir la mesa y estar pendientes de todo lo que necesitara papá y los hermanos varones.
Es decir que el servicio a los demás lo tenemos muy incorporado como parte de nuestro “ser mujer”.
No quiero juzgar si esto es bueno o malo.
No tengo suficientes conocimientos para saber si hacemos bien o mal en seguir regalando muñecas a nuestras propias hijas y dejar que jueguen a la maestra.
Lo que sí quiero rescatar, es que las mujeres que crecimos en ese entorno, estamos naturalmente preparadas para servir.
Y que, en consecuencia, el liderazgo femenino tiene mucho de liderazgo de servicio.
Las mujeres líderes normalmente están pendientes de las otras personas, se preocupan por su bienestar, por lo que necesitan y por cómo poder ayudarlos a crecer.
Muchos autores asignan a las mujeres las características de ser más sociables, con mayor tendencia a la cooperación, a la inclusión y al cuidado de las personas, conformando equipos que parecen familias.
Sabemos que fue Robert K. Greenleaf, quién en los años ’70 acuñó el término “servant leader” – liderazgo servicial o liderazgo de servicio, inspirado en el libro “Viaje al Oriente”de Herman Hesse, en donde un grupo de viajeros realiza un viaje y llevan a un sirviente para realizar las tareas menos importantes. Lo interesante es que cuando el sirviente los deja, ya no pueden continuar. Greenleaf encuentra en esa novela que el liderazgo del viaje lo estaba ejerciendo el sirviente, en silencio, y desde sus tareas de servicio a los demás, era el verdadero líder del grupo.
Según consta en el sitio Web del Center for Servant Leadership Robert K. Greenleaf,”El líder servidor es primero servidor… Comienza con el sentimiento natural de que uno quiere servir, servir primero. Entonces la elección consciente lleva a uno a aspirar a liderar. … “.[1]
Por lo expuesto antes, creo que podemos afirmar que las mujeres líderes en general desarrollamos naturalmente un estilo de liderazgo servicial, como consecuencia de nuestra formación de mujeres por mujeres.
Para concluir, quisiera recordar una frase de una gran mujer líder, una líder servicial por excelencia, la Madre Teresa de Calcuta: “El que no vive para servir, no sirve para vivir” .
[1]Fuente: Center for Servant LeadershipRobert K. Greenleaf, https://www.greenleaf.org